A pesar de que es un mito muy difundido, tras un terremoto, una inundación o cualquier otro desastre lo más peligroso para la salud humana no son precisamente los cadáveres sino los vivos, al menos si tenemos en cuenta lo cruento que puede llegar a ser una epidemia de cólera.
Una persona puede adquirir cólera bebiendo líquido o comiendo alimentos contaminados con la bacteria del cólera. Durante una epidemia, la fuente de contaminación son generalmente las heces de una persona infectada. Por esas razón, el lugar más propicio para ser contaminado de cólera es un campamento de supervivientes, porque reúne las condiciones ideales para que se propague la epidemia: cantidades insuficientes de agua potable y carencia de un sistema seguro de procesamiento de residuos humanos.
El cólera es una infección diarreica agua, originada por la bacteria Vibrio cholerae. Mata porque provoca deshidratación o fallo renal. Puede incubarse en cuestión de horas, por eso se extiende tan velozmente y supera todo intento de contenerla. Puede matar a un adulto sano en 24 horas. Y, si bien el 75 % de las personas infectadas con cólera no presenta síntomas, puede estar expulsando gérmenes con las heces durante 15 días.
Los cadáveres, sin embargo, no tienen nada que ver con la propagación del cólera, pues los agentes patógenos del cólera muy pronto se vuelven inofensivos en un cadáver (aunque popularmente se crea que se produce como consecuencia de la acumulación de cadáveres).
La OMS estima que unas 120.000 personas mueren de cólera cada día, a pesar de que un tratamiento efectivo, una solución de sales y azúcares administrada por vía oral conocida como “rehidratación orial”, es sencillo y barato.
La séptima pandemia de cólera de la historia estalló en Indonesia en 1961, y aún sigue activa, después de haberse extendido por Asia, Europa y África. En 1991, llegó a Latinoamérica, donde el cólera había desaparecido desde hacía más de un siglo.
Más información | Organización Panamericana de la Salud
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