Y en todo caso, además, el exceso de testosterona solo consigue volver más amistosas a las personas.
Ernst Fehr, de la Universidad de Zúrich, llevó a cabo un experimento al respecto en el año 2009. Suministró píldoras de testosterona y píldoras placebo a 120 mujeres para, a continuación, someterlas a situaciones en interacción social. Dado que la testosterona tiene reputación de volvernos violentos, las mujeres que creyeron tomarla se comportaron con agresividad y egoísmo, aunque en realidad hubieran recibido un placebo. Las que realmente tomaron testosterona, sin embargo, se condujeron de una manera más justa, estableciendo mejores interacciones sociales.
Lo aclara así John Lloyd en El nuevo pequeño gran libro de la ignorancia:
La testosterona se asocia a la agresividad en animales, por lo que hasta hace muy poco se creía que ejercía un efecto similar sobre las personas. Pero, al parecer, no es así. Ahora se cree que son los niveles bajos de testosterona los que pueden provocar trastornos del estado de ánimo y agresividad. Tan solo hace diez años que se estudia la testosterona, por lo que aún no entendemos completamente la función que desempeña. Es sorpredente, pero durante las primeras semanas de vida, los bebés varones tienen tanta testosterona como la que luego tendrán durante la adolescencia, aunque a los cautro o seis meses los niveles de esta hormona se reducen hasta apenas ser detectables.
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