Desde tiempos prehispánicos los charales desempeñan un papel importante en la alimentación de los mexicanos; son peces pequeños, procedentes de agua dulce y clara, de color blanco plateado, de unos 5 cm de longitud, y se venden frescos o secos. Estos últimos se deshidratan al aire libre y luego se someten a una fuerte concentración salina para poder conservarlos hasta por un año.
Además de ser ricos en calcio, potasio, fósforo, sodio, hierro, magnesio, yodo, niacina y vitaminas C, E, B y A, imprescindibles en el desarrollo del sistema nervioso, los charales secos contienen proteínas de alto valor biológico, pocas grasas, nada de hidratos de carbono y una gran cantidad de aceites omega 3.
Por su carne magra y de fácil digestión se pueden incluir en los regímenes de adelgazamiento y en los de personas convalecientes, además de que ayudan a reducir los niveles de colesterol y las enfermedades cardiacas, siempre y cuando se preparen al vapor, al horno o asados, porque capearlos incrementa las calorías y la grasa.
Por su alto contenido en sodio no se recomiendan para pacientes con hipertensión arterial; tampoco en casos de cirrosis, insuficiencia o daño renal e hiperuricemia. No lo deben consumir quienes sufran de gastroparesia, fístula intestinal, diverticulitis, esofagitis, ni los alérgicos a los mariscos.
Antes de prepararlos conviene remojarlos para reblandecerlos y eliminar el exceso de sal. Luego se les quita la cabeza, se lavan cuidadosamente y se preparan de diversas formas, con nopales, con papas en salsa verde o morita, se pueden hacer tortitas en salsa, con huevo, en tamales, capeados o bañados con limón como botana.