Sexador de pollos. Solo el nombre induce a la hilaridad. Este trabajo ha sido objeto de toda clase de chistes, protagonista de gags cinematográficos, e incluso suele aparecer en las listas de los peores trabajos a los que te puedes dedicar. Sin embargo, ser sexador de pollos es un trabajo mucho más importante de lo que creemos. Y llevarlo a cabo requiere cierta magia que incluso los científicos están tratando de descifrar.
Todo empieza con lo siguiente: a nivel económico e industrial, los pollos son completamente inútiles: no ponen huevos, su carne es correosa y, además, molestan continuamente a las gallinas, que son las que ponen los huevos. El problema, pues, está claro.
Sin embargo, detectar a los pollos de las gallinas no es nada fácil, lo cual complica tremendamente el problema inicial. Hasta que los pollos no tienen de 4 a 6 semanas de edad, es imposible distinguir a los machos de las hembras. Solo entonces empiezan a desarrollar un plumaje distintivo y características sexuales secundarias como la cresta.
Por lo tanto, los avicultores siempre han tenido que criar con la misma entrega a pollos de ambos sexos, a pesar del gasto en el que incurrían, no fueran a deshacerse del sexo útil.
El gran descubrimiento del culo abstracto
Con todo, a raíz de este descubrimiento, presentado en el Congreso Mundial de Avicultura de Ottawa de 1927, surgió una nueva profesión de elegidos, de expertos en interpretar los traseros de los pollos: el sexador de pollos profesional, que solo recibía tal nombre después de años de adiestramiento. Con el tiempo, los sexadores de pollos empezaron a ahorrar tanto tiempo, esfuerzo y dinero a las empresas avícolas que su trabajo se convirtió en uno de los más valiosos dentro del ámbito de la agricultura.
Además, para ser sexador de pollos se requería una desreza propia de un neurocirujano y una gran concentración, tal y como explica Joshua Foer en su libro Los desafíos de la memoria:
Los mejores entre los mejores cursaban los dos años de estudios necesarios en la Escuela de Sexadores de Pollos Zen Nippon, cuyo nivel de exigencia era tal que sólo aprobaba entre el 5 % y el 10 % de los alumnos. Sin embargo aquellos que lo conseguían ganaban la nada despreciable cantidad de quinientos dólares al día e iban por el mundo de granja en granja como asesores de primera. Una diáspora de sexadores de pollo japonesa recorriendo el planeta.
Más arte que ciencia
A tal diversidad, debe añadirse la creciente velocidad que se requiere en el diagnóstico: en la década de 1960, por ejemplo, una granja media podía pagar a sus sexadores un penique por cada pollo sexado correctamente, y descontaba 35 centavos por cada equivocación. Los mejores sexadores, pues, han aprendido a determinar el sexo de 1.200 pollos por hora, con un grado de aciertos del 98-99 %. En Japón, algunos sexadores superexpertos son capaces de determinar el sexo de 1.700 pollos a la hora.
A grandes rasgos, se lleva a cabo de este modo:
El ave se sostiene con la mano izquierda y se aprieta suavemente para que evacúe los intestinos (demasiada fuerza y los intestinos se volverán del revés, con lo que el ave morirá y su sexo será irrelevante). Con el pulgar y el índice el sexador le da la vuelta al ave y aparta un pequeño faldón del recto para dejar al descubierto la cloaca, la diminuta porción final del intestino en la que desembocan los conductos genitales y urinarios, y mirar en profanidad. Para hacerlo debidamente han de tener las uñas cortadas con precisión. En los casos sencillos (aquellos que el sexador puede explicar) el experto busca una protuberancia apenas perceptible llamada eminencia, más o menos del tamaño de la cabeza de un alfiler. Si la protuberancia es convexa, el ave es macho y va a parar la izquierda; si es cóncava o planas, es hembra y acaba en una rampa situada a la derecha. (…) Sin embargo en aproximadamente el 80 % de los pollos la protuberancia no es obvia y no hay otro rasgo distintivo al que pueda apelar el sexador.
Esta misteriosa destreza, en apariencia de chiste (nada menos que ir mirando y toqueteando rectos de pollos a velocidad endiablada), no sólo es importante para la economía de la industria avícola, no sólo tiene algo de arte porque los sexadores expertos “saben” el sexo del pollo sin ser muy conscientes de la razón, sino que, además, sexar pollos es un tema tan fascinante que filósofos docentes y psicólogos cognitivos han firmado tesis al respecto. Tenedlo en cuenta la próxima vez que os riáis de un chiste protagonizado por un sexador de pollos.
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