Hasta hace apenas unos pocos siglos, sobre todo a raíz del desarrollo de la imprenta (que también favoreció la alfabetización: antes no había incentivo para aprender a leer si apenas había libros), el conocimiento era tan escaso como la comida, el aluminio y otros elementos. Pero la ciencia y la tecnología frotó la lámpara de Aladino, multiplicando los canales por los cuales la gente podía acceder al bien escaso del conocimiento.
Al pasar por sus cerebros, y compartirlo fácilmente con los demás, el conocimiento crecía y se multiplicaba. Lo que era escaso se volvía abundante. Una abundancia que incluso puede apreciarse en fechas tan próximas como el siglo XX. A pesar de que ese siglo fue testigo de la muerte de cincuenta millones de personas debido a la epidemia de gripe de 1918, o de sesenta millones debido a la Segunda Guerra Mundial, amén de huracanes, incendios, inundaciones y otras catástrofes naturales, el siglo XX cambió al ser humano gracias al conocimiento.
Por ejemplo, gracias al conocimiento médico y el relativo a la higiene, así como otros factores, la mortalidad infantil se redujo el 90 %. La mortalidad materna, un 99 %. La esperanza de vida creció un 100 %, en conjunto. Hoy en día, a pesar de la crisis económica mundial, hasta el estadounidense más pobre tiene acceso al teléfono, a la televisión o al inodoro, entre otros, lujos que ni los más ricos de principio de siglo disponían.
El conocimiento también amplió nuestra empatía, propiciando el desarrollo de derechos que protegieran a los más débiles, evitando más que nunca las desigualdades, tal y como explica Matt Ridley en su libro El optimista racional, retrotrayéndose a tiempos oscuros:
El índice de mortalidad de la guerra típico de muchas sociedades cazadoras-recolectoras (0,5% de la población al año) equivaldría a dos mil millones de personas muertas en el siglo XX (en lugar de cien millones) (...) El infanticidio era un recurso común en tiempos difíciles. Las enfermedades estaban también siempre cerca: la gangrena, el tétanos y muchos tipos de parásitos habrían sido grandes asesinos. ¿Mencioné ya la esclavitud? Era común en el noroeste del Pacífico. ¿El maltrato de esposas? Rutina en Tierra del Fuego. ¿La falta de jabón, agua caliente, pan, libros, películas, metal, papel, tela? Cuando conozcan a una de esas personas que llegan al extremo de afirmar que preferirían haber vivido en una edad antigua, supuestamente más placentera, sólo recuérdenles las instalaciones sanitarias del Pleistoceno, las opciones de transporte de los emperadores romanos o los piojos de Versalles.
Tal y como explican Peter H. Diamandis y Steven Kotler en su libro Abundancia, los recursos escasos se vuelven abundancias gracias a la innovación, y esa innovación es cada vez más frecuente porque todos nosotros estamos mejor conectados gracias a los medios de comunicación, sobre todo Internet:
La razón es bastante sencilla: la escasez suele depender del contexto. Imagina un naranjo gigante lleno de fruta. Si arranco todas las naranjas de las ramas inferiores, me quedo sin posibilidad de acceder a la fruta. Desde mi perspectiva limitada, ahora las naranjas son escasas. Pero en cuanto alguien invente una tecnología llamada escalera, de pronto podré alcanzarlas. Problema resuelto. La tecnología es un mecanismo de liberación de recursos. Puede convertir lo que antes era escaso en abundante.
| Xatakaciencia
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