La epilepsia es una enfermedad degenerativa que se produce por una actividad eléctrica anormal en la corteza del cerebro, la cual causa ataques súbitos que se caracterizan por la pérdida de control del cuerpo de inmediato, que se pone rígido, las convulsiones pueden ser más o menos violentas y provocar en algunos casos la pérdida del conocimiento.
En la psicología social se conoce como “efecto espectador” a aquel fenómeno en el que las personas no ofrecen ninguna clase de ayuda a quien la necesita cuando otros están presentes, y los estudios que se han llevado a cabo al respecto certifican que, cuanta más gente rodee a alguien que requiera ayuda, menos probable es que la consiga y a la inversa.
Marina Castejón, una joven madrileña de veinticuatro años asistió a un evento en el cual otra asistente, molesta por la presencia de Merlín (su perro), al que Castejón había soltado para que correteara por el césped del parque con otro perro, la increpó a gritos y hasta la insultó por ello.“Soy discapacitada”, explica Castejón en su vídeo; “tengo epilepsia y un trastorno esquizoafectivo”... “Cuando me pongo muy nerviosa, normalmente me dan crisis epilépticas”.
Dándose cuenta de que se encontraba mal, decidió volver a casa; pero también se percató enseguida de que
ya era demasiado tarde: no le dio tiempo a dar muchos pasos antes de caer prácticamente en el césped, presa de un ataque epiléptico. Las convulsiones epilépticas de Marina Castejón no son muy intensas y permanece consciente durante sus ataques, pero es incapaz de moverse a voluntad
Así, estuvo desmadejada en tierra durante unos minutos que parecían eternos, agitándose
con un papel en la mano donde podía leerse: “Epilepsia”, mientras la multitud de asistentes al evento la rodeaban, pasaban junto a ella por su derecha y su izquierda e incluso los que formaban la cola próxima para utilizar los retretes la observaban en tal estado, como los demás, sin mover un dedo para prestarle ayuda.
Cuando la crisis terminó y la joven
lloró “profusamente por el hecho de no haber podido levantarse ni hablar ni hacer absolutamente nada y que nadie le hubiese dicho: «Eh, ¿te pasa algo?, ¿necesitas que te eche una mano?»”. Despues le sobrevino una segunda crisis epiléptica, que fue “más épica todavía porque, no solamente le pasaron por la derecha y por la izquierda, sino que además le pasaron por encima literalmente”.
Cuando la segunda crisis concluyó y se dirigió, tambaleándose, hacia donde se encontraba la ambulancia y “los ambulancieros” para que la atendieran, asiendo del brazo a alguien de la organización en el último trecho para que la sostuviese y poder llegar mientras experimentaba una frustración y una tristeza del todo esperables, y la incomprensión de a quien no le cabe en la cabeza sufrir frente a tantísimas personas y que ninguna se dignase a auxiliarla.
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