Puff Pokémon Snorlax
Sólo recuerde no bloquear las carreteras. No se suministra con una poke-flauta.
| Snorlax
El hoax es muy inteligente...
Quizá las nueva generaciones no sepan esto pero en algún momento los hoax se difundían por correo electrónico y eso del Facebook o Twitter no existía, sin embargo el hoax sigue siendo más inteligente que muchos al parecer.
O uno es ingenuo, o el hoax es muy inteligente
Si alguna vez creíste que Bill Gates estaba regalando su fortuna. No solo eso, sino que además, el premio sería proporcional a la cantidad de veces que reenvies el correo (u$s 245 por cada mail que se envie)… seguramente estás aún esperando el cheque…
O uno es ingenuo, o el hoax es muy inteligente
Si alguna vez creíste que Bill Gates estaba regalando su fortuna. No solo eso, sino que además, el premio sería proporcional a la cantidad de veces que reenvies el correo (u$s 245 por cada mail que se envie)… seguramente estás aún esperando el cheque…
Si un correo te invita a eliminar datos de tu disco rígido, para salvarte de un virus, no lo hagas. Aunque las consecuencias que el mail informe, sean nefastas, aunque sea el virus “más peligroso jamás conocido”…
Si alguna vez pensaste que por cada correo reenviado, estabas donando tres centavos para salvar a una chica en Kazajistan que se había quemado la cara jugando con Chasqui Boom; reconsidera tu amor por la caridad. Cerca tuyo habrá gente necesitada y real…
Si alguna vez te emocionaste con las palabras que Borges, León Gieco o Mario Pergolini jamás escribieron para armar una cadena de correos, es momento de desilusionarte…
Si alguna vez pensaste que un correo mal escrito, podría explicarte mejor que un científico, de qué están hechas las hamburguesas de McDonalds, aflojale al Big Mac.
Si supusiste que por solo enviar un correo electrónico a tantas personas, aparecería un video en tu pantalla con ese contenido que tanto querías ver…
Si alguna vez te asustaste por que perderías tu cuenta de Hotmail, o por que el mismo Hotmail cerraba; o temblaste el ver que MSN se volvería pago; o te ilusionaste pensando que siguiendo tres bobos pasos, conseguirías el password de una cuenta de hotmail.
Si alguna vez te paso algo de esto, entonces debes considerar agregar un filtro más en tu cabezotota, mientras lees tus correos electrónicos. Aviso: has sido vícitima de un hoax.
Un hoax es un correo electrónico que intenta hacernos creer algo que en realidad es falso. Lo raro, es que ni se gastan en que la historia parezca creíble, ya que nuestra formación hace que automáticamente reenviemos cualquier pavada que aparezca en nuestro correo. Los hoax están hechos principalmente para recopilar direcciones de correo (¿o acaso tenés la costumbre de borrar el histórico de mails antes de pasar un correo?). En algunos casos, los hoax están simplemente hechos para alimentar el ego de su loco creador que estará feliz de ver su mentira dando vueltas por la red.
En estos días en que estoy trabajando haciendo un repaso de todas las amenazas informáticas existentes, ésta, los hoax, son de las más graciosas e indignantes a la vez. Digamos que considero que cualquier persona puede ser víctima de un virus. Pero con un poquito, muy poquito de educación sobre seguridad y un granito de sentido común, ¡nadie en su sano juicio puede reenviar este tipo de correos! Por favor. No es tan complicado.
Ayer un familiar me acerca un correo impreso que decía que no hay que atender el celular si en la pantalla aparece que el llamado proviene de “INVIABLE!!”. En ese caso, se supone que no debo atender la llamada, ya que se puede acceder al código de mi tarjeta y no se que otras pavadas.
En fin, un poquito de esfuerzo “mental” a la hora de leer los correos para no ser víctimas de un hoax. Y algunos consejitos:
- Si un correo dice: “Este no es un correo basura”, piensalo dos veces.
- Si un correo dice: “Si usted ignora esto se arrepentirá después”, considere ignorarlo.
- Si el contenido de un correo desafía las leyes más básicas del sentido común, usa el menos común de los sentidos.
Pueden consultar una interesante y divertida lista de hoax en este link.
PD. Si usted leyó todo este post, y no recomienda rapidamente el blog Mundo Binario a todo el que sea posible, cosas muy malas le pasaran. Ingresaré en tu cuenta bancaria, usaré tus abonos del celular, leeré todos tus correos, infectaré de virus tu compu, te mandaré a Jack Bauer a interrogarte, te obligaré a mirar Jorge Rial tres días seguidos y, por si esto fuera poco, es muy probable que comiencen a salirte granos por todo el cuerpo, incurables por cierto. ¡Tienes tan solo cinco minutos para recomendar este post! Vamos, que estas esperando. Ojo, esto no es ningun hoax, es muy, muy en serio.| Mundo Binario
Un punto azul pálido
¿Cómo es posible que casi ninguna de las principales religiones haya observado la ciencia y concluido: «¡Esto es mucho mejor que lo que pensábamos! El Universo es mucho más importante de lo que dijeron nuestros profetas, más grandioso, más sutil, más elegante»?
En su lugar, dicen: «¡No, no, no! Mi dios es un dios pequeño y yo quiero que siga así». Una religión, antigua o nueva, que hace hincapié en la magnificencia del Universo, tal como lo revela la ciencia moderna, debería ser capaz de extraer a partir de ese momento las reservas de reverencia y sobrecogimiento apenas explotadas por las creencias convencionales.
- Carl Sagan, Un punto azul pálido
El perro lanudo de Tom Edison
por Kurt Vonnegut
Dos viejos se encontraban sentados una mañana en la banca de un parque, gozando del sol de Tampa, Florida: uno, tratando tenazmente de leer un libro que era obvio disfrutaba, mientras que el otro, un tal Harold K. Bullard, le contaba la historia de su vida en el tono redondo y lleno de un orador ante un equipo de sonido. Echado a sus pies se encontraba el perro de caza labrador de Bullard, que atormentaba aún más al oyente sobándole los tobillos con su gran nariz húmeda.
Bullard, quien antes de su retiro había conocido el éxito en numerosos campos, gozaba revisando su pasado. Pero se enfrentaba al problema que complica la vida de los caníbales, esto es, que no es posible utilizar a la misma víctima una y otra vez. Cualquiera que hubiese pasado un día con él y su perro se negaba a compartir su banca con ellos de nuevo. Así que Bullard y su perro iban a través del parque cada día a la búsqueda de caras nuevas.
Habían tenido buena suerte esta mañana, ya que inmediatamente habían encontrado a este desconocido y era claro que se trataba de alguien acabado de llegar a la Florida, aún bien cubierto por un traje de grueso paño, con cuello almidonado y corbata y sin nada mejor que hacer que leer.
- Sí - dijo Bullard, redondeando la primera hora de su conferencia -, en mis tiempos hice y perdí cinco fortunas.
- Eso decía usted - replicó el desconocido, cuyo nombre Bullard se había olvidado de preguntar. Con cuidado, no, no, no - dijo al perro, que se volvía cada vez más agresivo con sus tobillos.
-¿Ah? ¿Ya le conté eso, no? - dijo Bullard.
- Dos veces.
- Dos en bienes raíces, una en fierro viejo, una en petróleo y una en transportes camioneros.
- Eso decía usted.
-¿Ah, sí? Pues sí, me imagino que sí. Dos en bienes raíces, una en fierro viejo, una en petróleo, y una en transportes camioneros. Y no me arrepiento de eso un solo día.
- No, me imagino que no - dijo el desconocido -. Perdóneme, pero ¿no sería posible cambiar a su perro a otro sitio? Me está...
-¿El perro?, - dijo Bullard cordialmente -. Es el perro más amigable de todo el mundo. No debe tenerle miedo.
- No le tengo miedo. Es que me está volviendo loco, olfateando mis tobillos.
- Plástico - dijo Bullard, con una risita. - ¿Cómo?
- Plástico. Debe haber algo de plástico en sus ligas. Caray, le apuesto a que son esos botoncitos. Tan seguro como que estamos sentados aquí, esos botones deben ser de plástico. Ese perro se vuelve loco con el plástico. No sé por qué, pero lo huele y lo encuentra, aunque sea una pizca. Debe ser una de ciencia en su alimentación, aunque come mejor que yo. Una vez se comió toda una caja de plástico para tabaco, ¿usted cree? Ese es el negocio al que me dedicaría ahora, sí señor, si los mata-sanos no me hubieran dicho que debía darle un descansito al corazón.
- Podría amarrar al perro a ese árbol - dijo el desconocido.
- ¡Me revientan todos estos jóvenes de ahora! - dijo Bullard-
Todos suspirando para que no haya fronteras. Jamás ha habido tantas Fronteras como ahora. ¿Sabe usted lo que diría hoy Horace Greely?
- Tiene la nariz húmeda - dijo el desconocido, y retiró los tobillos, pero el perro se encorvó en paciente persecución -. Ya, ¡quieto!
- Si tiene la nariz húmeda, quiere decir que está sano - dijo Bullard-. Dedícate al plástico, ¡muchacho! Eso diría Greeley. Dedícate al átomo ¡muchacho!
El perro había localizado definitivamente los botones de plástico en las ligas del desconocido y movía la cabeza de un lugar a otro cavilando en la manera de hincar sus dientes en esa golosina.
-¡Lárgate! - dijo el desconocido.
- ¡Dedícate a la electrónica, muchacho! - dijo Bullard -. No me diga que ya no hay oportunidades. Las oportunidades están tocando en cada puerta del país, tratando de entrar. Cuando yo era joven tenía uno que salir a buscar una oportunidad para luego llevarla de las orejas a casa. Ahora...
- Lo siento - dijo el desconocido simplemente. Cerró el libro, se puso de pie y jaló su tobillo lejos del perro.
- Tengo que irme. Buenos días, señor.
Con paso majestuoso atravesó el parque, encontró otra banca, se sentó dejando escapar un suspiro y comenzó su lectura. Su respiración había vuelto a la normalidad cuando sintió de nuevo la esponja húmeda de la nariz del perro sobre sus tobillos.
- ¡Oh, es usted! - dijo Bullard, sentándose a su lado -. El perro lo andaba cazando. Olió algo, y lo dejé que buscara. ¿Qué le dije del plástico? - satisfecho, miró a su alrededor. Hizo bien en buscar otro sitio. Hacía mucho calor allá. Nada de sombra y ninguna señal de brisa.
-¿Se irá el perro si le compro una caja de plástico? - dijo el desconocido.
- Esa es una buena broma, una buena broma - dijo Bullard en tono amistoso. Repentinamente, le dio una palmada en la rodilla -. Oiga, ¿qué usted se dedica al plástico? He estado hablando acerca del plástico y a la mejor es a lo que se dedica usted.
-¿A lo que me dedico? dijo el desconocido, vigorosamente, dejando su libro -. Lo siento, nunca me he dedicado a nada. He andado de aquí para allá desde los nueve años, desde que Edison montó su laboratorio junto a mi casa y me mostró el analizador de inteligencia.
- ¿Edison? - dijo Bullard -, ¿ Thomas Edison, el inventor?
- Si quiere llamarlo así, hágalo - dijo el desconocido.
-¿Si yo quiero llamarlo así? -Bullard soltó una carcajada -. ¡Pues claro que sí! Es el padre de la bombilla y de no sé qué más cosas.
- Si usted quiere pensar que él inventó la bombilla, hágalo. No le hace daño a nadie. El desconocido reanudó su lectura.
- Oiga, ¿de qué se trata? - dijo Bullard, desconfiado -. ¿Me está tomando el pelo? ¿Qué es eso de un analizador de inteligencias? Jamás oí hablar de eso.
- Claro que no - dijo el desconocido -. El señor Edison y yo prometimos mantenerlo en secreto. Jamás le he dicho a nadie. El señor Edison rompió su promesa y se lo contó a Henry Ford, pero Ford le hizo prometer que jamás se lo contaría a nadie más, en bien de la humanidad
.
Bullard se encontraba fascinado. - Uh, este analizador de inteligencia - dijo -, analizaba la inteligencia, ¿no es así?
- Era una mantequillera eléctrica - dijo el desconocido.
- Hablo en serio - le instó Bullard.
Quizá sería mejor comentarlo con alguien - dijo el desconocido - Es terrible tenerlo guardado después de tantos años. Pero ¿ como puedo estar seguro de que no pasará de aquí?
- Mi palabra de caballero - le aseguró Bullard.
- No creo poder encontrar una mejor garantía, ¿verdad? - dijo el desconocido, juiciosamente.
- No existe mejor garantía - dijo Bullard con orgullo -. ¡Le doy mi palabra, y si no que me parta un rayo!
- Muy bien. El desconocido se inclinó hacia atrás y cerró los ojos. Parecía como si viajara hacia el pasado a través del tiempo. Guardó silencio durante un minuto, mientras Bullard lo miraba con respeto.
- Sucedió en el otoño de mil ochocientos setenta y nueve - dijo el desconocido finalmente, en voz baja -. Allá en el pueblo de Menlo Park, New Jersey. Yo tenía nueve años. Un joven - todos creíamos que era un brujo- había montado un laboratorio junto a mi casa y ahí dentro veíamos destellos de luz y escuchábamos estallidos y sucedían cosas que nos asustaban. Se advirtió a los niños del vecindario que no se acercaran, que no hicieran ningún ruido que molestara al brujo.
- Yo no conocí a Edison luego luego, pero su perro Sparky y yo llegamos a ser buenos amigos. Un perro muy parecido al suyo, así era Sparky, y jugueteábamos por todo el vecindario. Si, señor, su perro es igualito a Sparky.
- No me diga - dijo Bullard, halagado.
- Palabra - dijo el desconocido -. Bueno, pues un día Sparky y yo jugábamos y llegamos hasta la puerta del laboratorio de Edison. Antes de que me diera cuenta, Sparky me había empujado a través de la puerta, y ¡cataplúm! , me encontré sentado sobre el piso del laboratorio y frente a mí estaba el señor Edison en persona.
- Le apuesto a que estaba enojado - dijo Bullard, encantado. - Puede usted apostar a que estaba yo muerto de miedo - dijo el desconocido -. Creí encontrarme cara a cara con Satanás. Edison tenía unos alambres enganchados a sus oídos que terminaban en una cajita negra que tenía en las piernas. Quise salir, pero me agarró del cuello y me obligó a sentarme.
- Muchacho - dijo Edison -, siempre está más oscuro antes del amanecer. Quiero que lo recuerdes.
- Sí, señor - dije yo.
- Durante más de un año, muchacho - me dijo Edison-, he tratado de encontrar un filamento que dure en una lámpara incandescente. Cabello, hilo, astillas, nada funciona. Así que mientras pensaba en alguna otra cosa para experimentar, comencé a darle vueltas a otra idea mía, sólo para dejar que saliera el vapor. Y logré armar esto - me dijo, mostrándome la cajita negra -. Pensé que la inteligencia podría ser sólo un cierto tipo de electricidad, así que hice este analizador de inteligencia. ¡Y funciona! Eres el primero en enterarte, muchacho. Pero no sé por qué no habías de ser el primero. Será tu generación la que crecerá en la nueva era gloriosa en que la gente será clasificada tan fácilmente como naranjas.
-¡No lo creo! - dijo Bullard.
-¡Que me parta un rayo en este momento! - dijo el desconocido -. Y es cierto que funcionaba. Edison había probado el analizador con los hombres de su taller, sin decirles de lo que se trataba. Cuanto más inteligente era un hombre, más a la derecha giraba la aguja del indicador en la cajita negra. Dejé que lo probara conmigo, pero la aguja no giró, sólo temblaba. Pero por muy tonto que fuera entonces, es cuando hice mi única contribución al mundo. Como le dije, no he levantado un dedo desde entonces.
-¿Qué hizo usted? - preguntó Bullard con ansiedad.
- Dije: Señor Edison, probemos con el perro. ¡Y me hubiese gustado que viera usted lo loco que se puso el perro cuando lo dije! El viejo Sparky ladró y aulló y rascó para poder salirse. Cuando vio que iba en serio, que no iba a poder salir, corrió derechito hacia el analizador de inteligencia e hizo que se le cayera a Edison de las manos. Pero lo acorralamos, y Edison lo sujetó mientras yo le colocaba los alambres en las orejas. ¡Y no lo va a creer, pero la aguja giró hacia el otro extremo del cuadrante, mucho más allá de una marca hecha con lápiz rojo en la cara del cuadrante!
- El perro lo rompió - dijo Bullard.
- Señor Edison - dije -, ¿qué quiere decir esa marca roja?
- Muchacho - dijo Edison-, quiere decir que el instrumento se ha roto, porque esa marca roja soy yo.
- Claro que estaba roto - dijo Bullard.
El desconocido dijo gravemente: - Pero no estaba roto. No, señor. Edison examinó todo el aparato y estaba perfectamente en orden. Cuando Edison me dijo eso fue cuando Sparky - loco por salirse- se echó de cabeza.
-¿Cómo? - dijo Bullard, receloso.
- En realidad lo teníamos encerrado. Había tres cerraduras en la puerta: una alcayata, un cerrojo y una perilla con aldaba. El perro se paró, desenganchó la alcayata, jaló el cerrojo y ya tenía la perilla entre los dientes cuando Edison lo agarró.
- ¡No! - dijo Bullard.
- ¡Sí! - afirmó el desconocido, los ojos brillantes -. Y fue entonces que Edison me mostró lo grande que era como científico, Estaba dispuesto a enfrentarse con la verdad, sin importarle lo desagradable que pudiera resultar.
-¡Conque esas tenemos! -le dijo Edison a Sparky -. Conque el mejor amigo del hombre, ¿no? Conque un animal tonto, ¿no? - Ese Sparky era algo serio. Hizo como que no escuchaba. Se rascó y se puso a morder sus pulgas y daba vueltas gruñendo a los agujeros de las ratas: cualquier cosa que le permitiera esquivar la mirada de Edison.
-¿Conque la buena vida, Sparky? dijo Edison -. Dejas que otro se preocupe por traer los alimentos, construir refugios y mantenerte calentito mientras tú duermes frente a la chimenea o persigues a las chicas o jugueteas con los muchachos. Nada de hipotecas, nada de política, nada de guerra, nada de trabajo, nada de preocupaciones. Sólo tienes que mover la vieja cola o lamer una mano, y estás listo.
- Señor Edison - dije yo -, ¿quiere usted decir que los perros son más inteligentes que las personas?
-¿Más inteligentes? - dijo Edison -. ¡Estoy dispuesto a decirlo a todo el mundo! ¿Y qué es lo que he estado haciendo durante todo un año? ¡Trabajando como esclavo para hacer una bombilla que permita a los perros jugar por la noche!
- Mire, señor Edison - dijo Sparky- por qué no... - ¡Un momento! - rugió Bullard.
-¡Silencio! - gritó el desconocido, victorioso -. Mire, señor Edison - dijo Sparky -, ¿por qué no guarda silencio acerca de todo esto? Ha venido funcionando a satisfacción de todo el mundo durante cientos de miles de años. Deje echados a los perros que duermen. Usted se olvida de todo, destruye el analizador de inteligencia, y yo le digo qué usar como filamento para su lámpara.
-¡Son puras mentiras! - dijo Bullard, la cara amoratada.
- Le doy mi palabra solemne de caballero. Ese perro me premió por mi silencio con un dato confidencial de la bolsa de valores que me hizo acaudalado e independiente por el resto de mis días. Y las últimas palabras pronunciadas por Sparky fueron dirigidas a 'Thomas Edison.
- Pruebe un trozo de hilo de algodón carbonizado - dijo.
Más tarde, lo hizo pedazos una jauría de perros que se había reunido afuera de la puerta a escuchar.
El desconocido se quitó las ligas y se las dio al perro de Bullard. - Una pequeña muestra de mi estimación, señor, a nombre de un antepasado que murió de tanto hablar. Buenos días - se metió el libro bajo el brazo y se alejó caminando.
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Dos viejos se encontraban sentados una mañana en la banca de un parque, gozando del sol de Tampa, Florida: uno, tratando tenazmente de leer un libro que era obvio disfrutaba, mientras que el otro, un tal Harold K. Bullard, le contaba la historia de su vida en el tono redondo y lleno de un orador ante un equipo de sonido. Echado a sus pies se encontraba el perro de caza labrador de Bullard, que atormentaba aún más al oyente sobándole los tobillos con su gran nariz húmeda.
Bullard, quien antes de su retiro había conocido el éxito en numerosos campos, gozaba revisando su pasado. Pero se enfrentaba al problema que complica la vida de los caníbales, esto es, que no es posible utilizar a la misma víctima una y otra vez. Cualquiera que hubiese pasado un día con él y su perro se negaba a compartir su banca con ellos de nuevo. Así que Bullard y su perro iban a través del parque cada día a la búsqueda de caras nuevas.
Habían tenido buena suerte esta mañana, ya que inmediatamente habían encontrado a este desconocido y era claro que se trataba de alguien acabado de llegar a la Florida, aún bien cubierto por un traje de grueso paño, con cuello almidonado y corbata y sin nada mejor que hacer que leer.
- Sí - dijo Bullard, redondeando la primera hora de su conferencia -, en mis tiempos hice y perdí cinco fortunas.
- Eso decía usted - replicó el desconocido, cuyo nombre Bullard se había olvidado de preguntar. Con cuidado, no, no, no - dijo al perro, que se volvía cada vez más agresivo con sus tobillos.
-¿Ah? ¿Ya le conté eso, no? - dijo Bullard.
- Dos veces.
- Dos en bienes raíces, una en fierro viejo, una en petróleo y una en transportes camioneros.
- Eso decía usted.
-¿Ah, sí? Pues sí, me imagino que sí. Dos en bienes raíces, una en fierro viejo, una en petróleo, y una en transportes camioneros. Y no me arrepiento de eso un solo día.
- No, me imagino que no - dijo el desconocido -. Perdóneme, pero ¿no sería posible cambiar a su perro a otro sitio? Me está...
-¿El perro?, - dijo Bullard cordialmente -. Es el perro más amigable de todo el mundo. No debe tenerle miedo.
- No le tengo miedo. Es que me está volviendo loco, olfateando mis tobillos.
- Plástico - dijo Bullard, con una risita. - ¿Cómo?
- Plástico. Debe haber algo de plástico en sus ligas. Caray, le apuesto a que son esos botoncitos. Tan seguro como que estamos sentados aquí, esos botones deben ser de plástico. Ese perro se vuelve loco con el plástico. No sé por qué, pero lo huele y lo encuentra, aunque sea una pizca. Debe ser una de ciencia en su alimentación, aunque come mejor que yo. Una vez se comió toda una caja de plástico para tabaco, ¿usted cree? Ese es el negocio al que me dedicaría ahora, sí señor, si los mata-sanos no me hubieran dicho que debía darle un descansito al corazón.
- Podría amarrar al perro a ese árbol - dijo el desconocido.
- ¡Me revientan todos estos jóvenes de ahora! - dijo Bullard-
Todos suspirando para que no haya fronteras. Jamás ha habido tantas Fronteras como ahora. ¿Sabe usted lo que diría hoy Horace Greely?
- Tiene la nariz húmeda - dijo el desconocido, y retiró los tobillos, pero el perro se encorvó en paciente persecución -. Ya, ¡quieto!
- Si tiene la nariz húmeda, quiere decir que está sano - dijo Bullard-. Dedícate al plástico, ¡muchacho! Eso diría Greeley. Dedícate al átomo ¡muchacho!
El perro había localizado definitivamente los botones de plástico en las ligas del desconocido y movía la cabeza de un lugar a otro cavilando en la manera de hincar sus dientes en esa golosina.
-¡Lárgate! - dijo el desconocido.
- ¡Dedícate a la electrónica, muchacho! - dijo Bullard -. No me diga que ya no hay oportunidades. Las oportunidades están tocando en cada puerta del país, tratando de entrar. Cuando yo era joven tenía uno que salir a buscar una oportunidad para luego llevarla de las orejas a casa. Ahora...
- Lo siento - dijo el desconocido simplemente. Cerró el libro, se puso de pie y jaló su tobillo lejos del perro.
- Tengo que irme. Buenos días, señor.
Con paso majestuoso atravesó el parque, encontró otra banca, se sentó dejando escapar un suspiro y comenzó su lectura. Su respiración había vuelto a la normalidad cuando sintió de nuevo la esponja húmeda de la nariz del perro sobre sus tobillos.
- ¡Oh, es usted! - dijo Bullard, sentándose a su lado -. El perro lo andaba cazando. Olió algo, y lo dejé que buscara. ¿Qué le dije del plástico? - satisfecho, miró a su alrededor. Hizo bien en buscar otro sitio. Hacía mucho calor allá. Nada de sombra y ninguna señal de brisa.
-¿Se irá el perro si le compro una caja de plástico? - dijo el desconocido.
- Esa es una buena broma, una buena broma - dijo Bullard en tono amistoso. Repentinamente, le dio una palmada en la rodilla -. Oiga, ¿qué usted se dedica al plástico? He estado hablando acerca del plástico y a la mejor es a lo que se dedica usted.
-¿A lo que me dedico? dijo el desconocido, vigorosamente, dejando su libro -. Lo siento, nunca me he dedicado a nada. He andado de aquí para allá desde los nueve años, desde que Edison montó su laboratorio junto a mi casa y me mostró el analizador de inteligencia.
- ¿Edison? - dijo Bullard -, ¿ Thomas Edison, el inventor?
- Si quiere llamarlo así, hágalo - dijo el desconocido.
-¿Si yo quiero llamarlo así? -Bullard soltó una carcajada -. ¡Pues claro que sí! Es el padre de la bombilla y de no sé qué más cosas.
- Si usted quiere pensar que él inventó la bombilla, hágalo. No le hace daño a nadie. El desconocido reanudó su lectura.
- Oiga, ¿de qué se trata? - dijo Bullard, desconfiado -. ¿Me está tomando el pelo? ¿Qué es eso de un analizador de inteligencias? Jamás oí hablar de eso.
- Claro que no - dijo el desconocido -. El señor Edison y yo prometimos mantenerlo en secreto. Jamás le he dicho a nadie. El señor Edison rompió su promesa y se lo contó a Henry Ford, pero Ford le hizo prometer que jamás se lo contaría a nadie más, en bien de la humanidad
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Bullard se encontraba fascinado. - Uh, este analizador de inteligencia - dijo -, analizaba la inteligencia, ¿no es así?
- Era una mantequillera eléctrica - dijo el desconocido.
- Hablo en serio - le instó Bullard.
Quizá sería mejor comentarlo con alguien - dijo el desconocido - Es terrible tenerlo guardado después de tantos años. Pero ¿ como puedo estar seguro de que no pasará de aquí?
- Mi palabra de caballero - le aseguró Bullard.
- No creo poder encontrar una mejor garantía, ¿verdad? - dijo el desconocido, juiciosamente.
- No existe mejor garantía - dijo Bullard con orgullo -. ¡Le doy mi palabra, y si no que me parta un rayo!
- Muy bien. El desconocido se inclinó hacia atrás y cerró los ojos. Parecía como si viajara hacia el pasado a través del tiempo. Guardó silencio durante un minuto, mientras Bullard lo miraba con respeto.
- Sucedió en el otoño de mil ochocientos setenta y nueve - dijo el desconocido finalmente, en voz baja -. Allá en el pueblo de Menlo Park, New Jersey. Yo tenía nueve años. Un joven - todos creíamos que era un brujo- había montado un laboratorio junto a mi casa y ahí dentro veíamos destellos de luz y escuchábamos estallidos y sucedían cosas que nos asustaban. Se advirtió a los niños del vecindario que no se acercaran, que no hicieran ningún ruido que molestara al brujo.
- Yo no conocí a Edison luego luego, pero su perro Sparky y yo llegamos a ser buenos amigos. Un perro muy parecido al suyo, así era Sparky, y jugueteábamos por todo el vecindario. Si, señor, su perro es igualito a Sparky.
- No me diga - dijo Bullard, halagado.
- Palabra - dijo el desconocido -. Bueno, pues un día Sparky y yo jugábamos y llegamos hasta la puerta del laboratorio de Edison. Antes de que me diera cuenta, Sparky me había empujado a través de la puerta, y ¡cataplúm! , me encontré sentado sobre el piso del laboratorio y frente a mí estaba el señor Edison en persona.
- Le apuesto a que estaba enojado - dijo Bullard, encantado. - Puede usted apostar a que estaba yo muerto de miedo - dijo el desconocido -. Creí encontrarme cara a cara con Satanás. Edison tenía unos alambres enganchados a sus oídos que terminaban en una cajita negra que tenía en las piernas. Quise salir, pero me agarró del cuello y me obligó a sentarme.
- Muchacho - dijo Edison -, siempre está más oscuro antes del amanecer. Quiero que lo recuerdes.
- Sí, señor - dije yo.
- Durante más de un año, muchacho - me dijo Edison-, he tratado de encontrar un filamento que dure en una lámpara incandescente. Cabello, hilo, astillas, nada funciona. Así que mientras pensaba en alguna otra cosa para experimentar, comencé a darle vueltas a otra idea mía, sólo para dejar que saliera el vapor. Y logré armar esto - me dijo, mostrándome la cajita negra -. Pensé que la inteligencia podría ser sólo un cierto tipo de electricidad, así que hice este analizador de inteligencia. ¡Y funciona! Eres el primero en enterarte, muchacho. Pero no sé por qué no habías de ser el primero. Será tu generación la que crecerá en la nueva era gloriosa en que la gente será clasificada tan fácilmente como naranjas.
-¡No lo creo! - dijo Bullard.
-¡Que me parta un rayo en este momento! - dijo el desconocido -. Y es cierto que funcionaba. Edison había probado el analizador con los hombres de su taller, sin decirles de lo que se trataba. Cuanto más inteligente era un hombre, más a la derecha giraba la aguja del indicador en la cajita negra. Dejé que lo probara conmigo, pero la aguja no giró, sólo temblaba. Pero por muy tonto que fuera entonces, es cuando hice mi única contribución al mundo. Como le dije, no he levantado un dedo desde entonces.
-¿Qué hizo usted? - preguntó Bullard con ansiedad.
- Dije: Señor Edison, probemos con el perro. ¡Y me hubiese gustado que viera usted lo loco que se puso el perro cuando lo dije! El viejo Sparky ladró y aulló y rascó para poder salirse. Cuando vio que iba en serio, que no iba a poder salir, corrió derechito hacia el analizador de inteligencia e hizo que se le cayera a Edison de las manos. Pero lo acorralamos, y Edison lo sujetó mientras yo le colocaba los alambres en las orejas. ¡Y no lo va a creer, pero la aguja giró hacia el otro extremo del cuadrante, mucho más allá de una marca hecha con lápiz rojo en la cara del cuadrante!
- El perro lo rompió - dijo Bullard.
- Señor Edison - dije -, ¿qué quiere decir esa marca roja?
- Muchacho - dijo Edison-, quiere decir que el instrumento se ha roto, porque esa marca roja soy yo.
- Claro que estaba roto - dijo Bullard.
El desconocido dijo gravemente: - Pero no estaba roto. No, señor. Edison examinó todo el aparato y estaba perfectamente en orden. Cuando Edison me dijo eso fue cuando Sparky - loco por salirse- se echó de cabeza.
-¿Cómo? - dijo Bullard, receloso.
- En realidad lo teníamos encerrado. Había tres cerraduras en la puerta: una alcayata, un cerrojo y una perilla con aldaba. El perro se paró, desenganchó la alcayata, jaló el cerrojo y ya tenía la perilla entre los dientes cuando Edison lo agarró.
- ¡No! - dijo Bullard.
- ¡Sí! - afirmó el desconocido, los ojos brillantes -. Y fue entonces que Edison me mostró lo grande que era como científico, Estaba dispuesto a enfrentarse con la verdad, sin importarle lo desagradable que pudiera resultar.
-¡Conque esas tenemos! -le dijo Edison a Sparky -. Conque el mejor amigo del hombre, ¿no? Conque un animal tonto, ¿no? - Ese Sparky era algo serio. Hizo como que no escuchaba. Se rascó y se puso a morder sus pulgas y daba vueltas gruñendo a los agujeros de las ratas: cualquier cosa que le permitiera esquivar la mirada de Edison.
-¿Conque la buena vida, Sparky? dijo Edison -. Dejas que otro se preocupe por traer los alimentos, construir refugios y mantenerte calentito mientras tú duermes frente a la chimenea o persigues a las chicas o jugueteas con los muchachos. Nada de hipotecas, nada de política, nada de guerra, nada de trabajo, nada de preocupaciones. Sólo tienes que mover la vieja cola o lamer una mano, y estás listo.
- Señor Edison - dije yo -, ¿quiere usted decir que los perros son más inteligentes que las personas?
-¿Más inteligentes? - dijo Edison -. ¡Estoy dispuesto a decirlo a todo el mundo! ¿Y qué es lo que he estado haciendo durante todo un año? ¡Trabajando como esclavo para hacer una bombilla que permita a los perros jugar por la noche!
- Mire, señor Edison - dijo Sparky- por qué no... - ¡Un momento! - rugió Bullard.
-¡Silencio! - gritó el desconocido, victorioso -. Mire, señor Edison - dijo Sparky -, ¿por qué no guarda silencio acerca de todo esto? Ha venido funcionando a satisfacción de todo el mundo durante cientos de miles de años. Deje echados a los perros que duermen. Usted se olvida de todo, destruye el analizador de inteligencia, y yo le digo qué usar como filamento para su lámpara.
-¡Son puras mentiras! - dijo Bullard, la cara amoratada.
- Le doy mi palabra solemne de caballero. Ese perro me premió por mi silencio con un dato confidencial de la bolsa de valores que me hizo acaudalado e independiente por el resto de mis días. Y las últimas palabras pronunciadas por Sparky fueron dirigidas a 'Thomas Edison.
- Pruebe un trozo de hilo de algodón carbonizado - dijo.
Más tarde, lo hizo pedazos una jauría de perros que se había reunido afuera de la puerta a escuchar.
El desconocido se quitó las ligas y se las dio al perro de Bullard. - Una pequeña muestra de mi estimación, señor, a nombre de un antepasado que murió de tanto hablar. Buenos días - se metió el libro bajo el brazo y se alejó caminando.
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