Lo cierto es que nunca lo he comprobado: no me excita olerme mis propias axilas tal y como hacía Kevin Kline en Un pez llamado Wanda. Ni tampoco soy como el tipo que trincaron en Singapur, condenado a 14 años de cárcel y 18 latigazos por un tribunal de Justicia por olisquearle las axilas a las mujeres en la vía pública. Pero, al parecer, nuestra axila izquierda desprende un olor más intenso que nuestra axila derecha, simpre que las sometamos al mismo nivel de higiene (o a una higiene nula).
Lo que produce nuestro característico olor a sudor es la descomposición que llevan a cabo las bacterias de nuestra piel con los deshechos fisiológicos, como la urea y el ácido láctico, el agua y la sal que secretan nuestras glándulas sudoríparas. Nuestras axilas presentan mayor concentración de estas glándulas y también presenta 100.000 veces más bacterias que otras partes del cuerpo.
El tratamiento de las toxinas de nuestro interior está controlada por el sistema linfático. Y por ello huele más nuestra axila izquierda: la zona de drenaje izquierda de nuestro cuerpo es mucho mayor que la derecha en extensión, por consiguiente acumula y expulsa más toxinas y residuos.
Con todo, frecuentemente esta diferencia puede que no sea percibida por el efecto de la lateralización del ser humano, dado que el 90% de nosotros somos diestros, y al utilizar más continuamente el brazo derecho, la axila correspondiente suda más, haciendo que las diferencias con la axila dominante, la izquierda, sean más discretas.
Vía | Cooking Ideas
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