LOS INDIGNADOS EN MÉXICO:¿DÓNDE ESTÁN?

LOS INDIGNADOS EN MÉXICO:¿DÓNDE ESTÁN?

Una conversación con Roger Bartra
Por Bruno H. Piché
Roger Bartra es un personaje absolutamente complejo. Destaca entre nuestros mejores ensa­yistas, al tiempo que es un reputado y prolífico miembro de la Academia que ha realizado prolongados trabajos en diversas regiones del mundo,
desde Venezuela e Inglaterra, hasta Es­paña, Estados Unidos y Francia. Ahora bien, su profunda y vasta erudición académica jamás lo ha confinado al claustro universitario. Al con­trario, Roger Bartra (ciudad de México, 1942), hijo de exiliados catalanes, doctor en Sociolo­gía por la Sorbona y actualmente investigador emérito del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, participa activamente en los más importantes debates públicos tanto en México como en otras partes del mundo, siempre desde una perspectiva única, originalísima e inteligen­te. Figura incómoda de la izquierda mexicana, sus tempranas convicciones democráticas lo llevaron a romper con el Partido Comunista Mexicano (PCM) años antes de la caída del Muro de Berlín. Su libro La jaula de la melancolía.
Iden­tidad y metamorfosis del mexicano, que cuenta con 14 reimpresiones, es considerado un clásico en el estudio de la cultura mexicana contempo­ránea; más aún, Bartra propone ahí una original disección del mexicano inventado por la cultura dominante y termina por descubrir en él a un extraño anfibio, ni primitivo ni moderno, que adopta el aspecto de un curioso animal: el axo­lote. La universalidad de su inquietud intelec­tual y académica lo ha llevado a investigaciones que han derivado en libros traducidos a diversos idiomas, entre otros El salvaje en el espejo (1992); Oficio mexicano: miserias y esplendores de la cultura (1993); Las redes imaginarias del poder político (1996); El salvaje artificial (1997); En­sayos sobre la condición postmexicana (1999); Cultura y melancolía: las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro (2001) y Anato­mía del mexicano (2002). Más recientemente ha publicado los títulos El duelo de los ángeles. Locura sublime, tedio y melancolía en el pen­samiento moderno (2004); Territorios del terror y la otredad (2007); Antropología del cerebro: la conciencia y los sistemas simbólicos (2006), todos ellos publicados bajo el prestigiado sello español Pre-Textos. Se trata, sin duda, de uno de nuestros intelectuales más incisivos en el estudio de la condición del mexicano, cuya versión del actual fenómeno mundial de “los indignados” mereció, en entrevista exclusiva con el director editorial de Newsweek en español, nuestra espe­cial atención.
ROGER BARTRA: El movimiento de los indignados lleva claramen­te el sello del nuevo milenio. Es una ácida crítica a la sociedad moderna que contiene una carga moral poderosa. El desarrollo económico y la riqueza acumulada se basan en una promesa no cumplida: hay un amplio sector de la población que ha sido mar­ginado en medio de la prosperidad y no encuentra la posibilidad de vivir una vida digna. Pero en los países atrasados como México todavía se lucha por alcanzar plenamente la modernidad y el peso de la población en condición de miseria es tan abrumador que aplasta las quejas de quienes han podido cultivar la dignidad y la sienten amenazada. La masa de población pobre está tan ex­hausta con las tareas de supervivencia que no ha podido generar una cultura de la dignidad. Por ello, no se indigna, aunque sufre terriblemente una condición muy poco digna. La dignidad crece con la igualdad y se desarrolla en la vida civil cuando la mayoría de la gente está convencida de que merece un lugar en la sociedad: un espacio donde trabajar, vivir y gozar libremente. La dignidad impulsa una especie de, digamos, meritocracia igualitaria que per­mite una convivencia civilizada en una sociedad capaz de generar suficiente riqueza. Hay que despojar la idea de dignidad de toda connotación teológica; es una idea que sustituye en la vida moder­na la vieja idea del honor, y que crece con la igualdad.
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¿Crees que es pertinente hacerse la pregunta sobre cierta con­dición mexicana que inhibe este tipo de manifestaciones, aún en situaciones de franco deterioro y emergencia?En México han estado casi ausentes las grandes tradiciones de la izquierda en el mundo: el comunismo y la socialdemocracia. Estas dos corrientes no enraizaron y no se modernizaron en nuestro espacio político. Esto ha provocado una gran penuria y una falta de experiencia política en los movimientos sociales, que han sido captados por la cultura populista. Y el populismo no es propicio a la indignación; propicia más bien sustitutos blandos, nacionalistas e institucionalizados de la idea de revo­lución. Los indignados en Estados Unidos y en Europa no quie­ren revolución: quieren empleos y una vida digna.
¿Considerarías al movimiento de Javier Sicilia como parte in­tegrante de esa red mundial de “indignados”?Otro factor que inhibe la indignación es el peso del miedo ante la inseguridad y ante el aumento alarmante de la criminalidad. La idea equivocada de que se vive una guerra contra los nar­cotraficantes y secuestradores ha acaparado la atención de las clases medias y ha ocultado los problemas políticos reales. El movimiento de Javier Sicilia responde al miedo, no a la indig­nación. Los medios masivos de comunicación han auspiciado la histeria y el miedo. Con ello han frenado la expansión de una sociedad civil capaz de cultivar una vida digna. Y sin dignidad no hay indignación.
En la democracia la gente se convence de que cada uno tiene un valor que impulsa su libre albedrío. Esta dignidad moderna tiene incluso un lugar destacado en la Declaración Universal de los De­rechos Humanos de 1948. Habría que acudir tal vez a Tocqueville —aunque él no usó mucho la palabra— para entender cómo crece una dignidad democrática en Estados Unidos y en Europa.
¿Crees que el mexicano como tal, encerrado en su jaula de la melancolía, atrapado en las redes del poder político, para utilizar un muy úyil concepto, es por naturaleza incapaz de levantarse y protestar?Una gran parte de la población sigue encerrada en la jaula de la melancolía, a pesar de que la transición democrática ha abierto la puerta de salida. Por ello es probable que el partido del viejo autoritarismo conquiste en 2012 la presidencia. El priismo es una enfermedad política y muchos mexicanos son portadores del virus. Por ello quieren regresar a un pasado que les parece más seguro que un presente abierto a muchas alternativas.
En México, desdichadamente, creció una cultura política que de­finió un carácter nacional sumergido en la desidia, la zozobra, el relajo, el sentimentalismo, el resentimiento y la evasión. En esta cultura no había espacio para la dignidad. El pueblo era definido como una masa de indios agachados y de pelados albureros. En esta cultura cantinflesca no cabía la dignidad democrática. Esa es la cultura política que legitimó al autoritarismo nacionalista del que surgió esa patología, ese morbo melancólico que engen­dró el régimen de la revolución institucionalizada.
¿Es posible pensar que, en efecto, hay movimientos de indig­nados en México pero reunidos alrededor de un sólo tema (las madres de la guardería ABC, las madres de Ciudad Juárez), que operan en escalas que se diluyen entre las redes del poder polí­tico o bien que utilizan mecanismos alternativos de protestas?Es posible que haya movimientos de indignados en forma larvaria. Pero aún no son visibles. Para que surjan será nece­sario primero que se expanda en la sociedad civil un orgullo por haber logrado una transición democrática pacífica. Una sociedad orgullosa de sus logros es mucho más capaz de exi­gir un comportamiento digno a los políticos y, sobre todo, a los banqueros y empresarios que se enriquecen de manera salvaje. Pero predomina la idea de que la democracia es la misma porquería política que siempre habíamos tenido o bien, que la democracia todavía no llega a México. En ambos casos cunden el pe­simismo y la melancolía y se estimulan reacciones conservadoras.
¿Estarías de acuerdo con que los mexicanos solamente se agrupan en situaciones de ca­tástrofes naturales —el sismo de 1985 sería el ejemplo más obvio—, si bien temas como la falta de seguridad en términos de cobertura social y de seguridad en las calles ya es casi una catástrofe de todos los días?Los mexicanos están más agrupados de lo que pareciera a pri­mera vista. Hay partidos, hay sindicatos, hay iglesias, hay toda clase de organizaciones. De hecho, acaso hay demasiada rigidez en las agrupaciones que institucionalizan y anquilosan la vida social. Ante las coyunturas, ciertamente, es difícil que se surjan nuevas agrupaciones, salvo en casos de catástrofe.
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