El amor no se compra con dinero. El sexo, a veces, tampoco.

El magnate texano Howard Hughes (1905-1976), dueño de la Trans World Airlines, productor de cine, intrépido aviador, ingeniero fanático de los motores, racista y ultraconservador, era muy muy rarito. Hoy sabemos que padecía el trastorno obsesivo-compulsivo, pero de aquella era considerado simplemente como un millonario tronado.


Howard HughesLa combinación entre esa cabecita loca y la billetera súper ultra mega forrada le llevó a vivir situaciones excepcionales, pero en aficiones sexuales seguía el estereotipo del americano medio: le gustaban las chicas blancas, jóvenes y con hermosos senos. Suya es la frase “todo el mundo tiene un precio” y se dedicó a comprar gente. A su servicio tenía un enorme séquito de ayudantes, secretarios, los mejores abogados y los más brillantes ingenieros, aunque luego los tuviese de brazos cruzados cobrando nómina sólo por si acaso. Lo mismo con las babies. El Holliwood de los años cuarenta y cincuenta estaba atiborrado de bonitas starlets, aspirantes a artistas que llegaban de todo el país en busca de fortuna. Un buen puñado de ellas se llevaban el alegrón de ser contratadas por el todo poderoso Howard Hughes, que les ponía un piso y las mandaba tratar a cuerpo de rey económicamente, para tenerlas luego ahí encerradas, a su disposición sólo por si acaso, aunque luego no llegase siquiera a conocerlas personalmente. Eso sí, habían de hacerse todo tipo de pruebas médicas… por si acaso. Sin duda un tipo con más fantasías eróticas que hazañas sexuales en su haber.


Una de las que se encaprichó fue Ava Gardner.


Ava Gardner


Cuando la conoció ella tenía 20 años y acababa de separarse de Mickey Rooney. Se hicieron amigos y la obnubiló a golpe de talonario, ¿que a la nena le apetecía ir de compras a Nuevo México? limusina a la puerta, avión privado y reserva en el hotel más céntrico. Todo cortesía del señor Hughes. Corría con los gastos de sus clases de golf, de tenis, la invitaba a esto y aquello en los sitios más lujosos y no demandaba nada a cambio… de momento.


A Ava le fascinaba el lujo fastuoso que Howard le proporcionaba, pero él le resultaba bastante repulsivo y eso que no puede decirse que fuera feo, pero tenía la manía de vestir como un paleto, con trajes anticuados que le quedaban cortos de brazos y piernas y, para colmo, era común que le cantase el ala y que llevase el pelo sucio ¡Y todas aquellas rarezas! como la costumbre de cenar todos los santos días lo mismo, fuesen a donde fuesen siempre el dichoso bistec con los aburridos guisantes. Y cuando le daba por tener fobia a ser observado, reservaba todas las mesas del restaurante, orquesta incluida. Era además tremendamente escrupuloso y jamás saludaba dando la mano, no le fuesen a contagiar algo.


Después de una temporada de atenciones, Howard invitó a Ava a hacer un viaje a San Francisco en el que había ideado deslumbrarla con el plan ”Cómo cazar a una chica ofreciéndole todo lo que ella adora”. Para despistarla de sus intenciones la fue a recoger con un coche destartalado, un traje raído y su equipaje en cajas de cartón, lo cual enfureció a la coqueta Ava, que se había vestido y peinado primorosamente. Cuántas veces le había insistido: “por favor, comprate un traje, cómprate un traje nuevo, si no tienes dinero, te lo pago yo”.


Luego, en el tren, le dijo que le esperara en el restaurante e hizo su golpe de efecto apareciendo con un flamante traje color crema que parecía sacado del baúl de los recuerdos y que le quedaba, como los otros, corto. Con esas pintas de niño grande vestido para el día de su comunión, mandó sacar al camarero de una de las cajas de cartón una botella del mejor champán francés perfectamente frío. La cena fue encantadora, pero a la hora de regresar a los vagónes dormitorio, Ava se metió en el suyo y cerró el pestillo.


-No hacía falta que hubieras hecho eso, escuchó cómo Hughes decía desde detrás de la puerta.


Una vez en San Francisco se la llevó a los más exclusivos centros comerciales.


- Quiero que entres ahí y compres todo lo que quieras. Cuando vuelva, yo lo pagaré.


Luego tomaron la suite más maravillosa del hotel más maravilloso, las habitaciones conectadas interiormente por una puerta. Esa noche, antes de cenar, le regaló un exquisito anillo de oro y zafiros y se fueron a un restaurante estupendo, después a un cabaret animadísimo. Cuando regresaron, Hughes, que se había esmerado tanto en que todo resultara perfecto, que se había mostrado como un perfecto dandi garboso, comenzó a ponerse nervioso porque esperaba su recompensa. Pero Ava, discretamente evasiva, se puso a hojear un periódico. Entonces Hughes se lo arrancó de las manos y se abalanzó sobre ella. Ava consiguió escapar y se metió en su habitación, donde cerró con pestillo, enfadada y humillada. Luego se acostó y durmió plácidamente.


A la mañana siguiente la despertó su hermana Beatriz, a la que Howard había mandado traer en vuelo urgente para arreglar el desaguisado. No era la primera vez que Howard contaba con Beatriz como celestina; estaba completamente de su lado ¿cómo le cabía en la cabeza a Ava rechazar al hombre más rico del mundo?


- Pero tú, ¿sabes qué guarda Hughes en una de sus cajas de cartón? ¡está llena de joyas! Un millón de dólares en joyas. Se le caía la baba a Beatriz, que había tenido oportunidad de tantear con sus propias manos todo aquel tesoro.


Howard había planeado darle una antes de cada desayuno, de cada comida, de cada cena, pero Ava, tremendamente explícita, le dijo que se las metiera en el culo. Luego él subió la cuota a 4 joyas al día, pero nanai.


El idilio frustrado no desanimó a Howard, que siguió costeando caprichos a Ava y dándole el coñazo, a veces peligrosamente, como cuando le dió un ataque de celos y se plantó en su casa a medianoche. En la discusión la abofeteó con la palma abierta, pero en cuanto se dió la vuelta Ava cogió una campana de bronce y se la lanzó a la cabeza, provocándole una buena brecha. Ni con el campanazo decayó el interés de Hughes por Ava Gardner, que apareció y desapareció de su vida durante 20 años, interpretando un culebrón digno de telenovela.


Ava asegura en sus memorias que nunca la tuvo. No creo que mienta. No fue ella mujer remilgada a la hora de reconocer sus aventuras y es sabido que su lista de amantes es harto profusa, si no pregúntenle a los taxistas octogenarios que queden por Madrid, adonde Ava se trasladó a vivir durante 12 años y donde disfrutó a tope de la noche … pero eso ya es otra historia.



Bibliografía y filmografía básicas.


Ava, con su propia voz. Ava Gardner


El aviador. Martin Scorsese


| El amor no se compra con dinero. El sexo, a veces, tampoco.












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