Existen varias maneras de malinterpretar la realidad. Una mala percepción de la misma representa el caso mas elemental. La obvia limitación de nuestros órganos sensoriales, fallos en ellos o sencillamente falta de atención nos hacen percibir la realidad de forma torpe o sencillamente errónea.
El siguiente nivel lo constituye una buena percepción de la realidad asociada con falta de información.
Cuando las primeras civilizaciones comenzaron a asociar figuras cotidianas a los conjuntos de cuerpos celestes, lo hacian pensando que éstos estaban enclavados en una esfera enorme en cuyo centro se encontraban ellos. Su percepción de los cuerpos celestes y su movimiento era perfecta. Tanto que incluso llegaron a proponerse modelos de funcionamiento para ellos. Sin embargo carecían de información relevante para entender la realidad del universo: el propio movimiento de la Tierra o el hecho de que las estrellas fuesen soles alejados de nosotros (y entre ellos) por distancias inimaginables.
Una buena percepción asociada con falta de información les hizo tener una comprensión de la realidad, por decir poco, muy limitada.
Pero tal vez la forma mas sublime de malinterpretar la realidad sea aquella en la que, habiendo una buena percepción y teniendo una cantidad adecuada de información para entenderla, uno decide ser un estúpido. No utilizo estúpido como insulto sino como epíteto descriptivo. No pretendo ofender a nadie y de hecho me incluyo entre ellos.
Por continuar con el ejemplo de las estrellas, hoy entendemos muy en profundidad su funcionamiento. Sabemos lo que son, donde se encuentran, cuando nacieron y cuando morirán. Y sin embargo, muchos de nosotros seguimos leyendo el horóscopo cada mañana. Bastaría tomar un libro de ciencia elemental para saber que las figuras con que dibujamos a los dioses mitológicos en el cielo nocturno no tendrían ningún sentido en cualquier otro punto de la galaxia. Pero aún así preferimos ser estúpidos.
Vivimos una época dorada de conocimiento no solo por la cantidad que atesoramos sino por la facilidad de acceso. Y seguimos prefiriendo creer que hace dos mil años los milagros eran frecuentes (hoy por algún motivo ya no podemos caminar sobre las aguas ni vivir dentro de ballenas o ascender a los cielos en caballos en llamas). No nos extraña que Dios prefiriese hablar a mentes curiosas sobre la evolución o el heliocentrismo antes que a sus propios vicarios. Preferimos pensar que las manchas de humedad son parientes que olvidaron decirnos algo mientras vivían o que el cancer de páncreas puede curarse con zumos (la estupidez llega a todas partes).
¿Y qué ocurre cuando chocamos con el durísimo muro de la realidad? No hay problema. Existe una batería infinita de frases y excusas con que eludir el accidente y cubrirnos aún mas con el lodo de la estupidez: “la ciencia no lo sabe todo”, “yo no creo… pero haberlas haylas”, “los caminos del señor son misteriosos” o mi preferida “vivimos en democracia y mis creencias son tan válidas como las tuyas”.
Y el hecho señores, es que la realidad no es democrática.
Parafraseando (libremente) al interesantísimo Michael Shermer, “al parecer estamos cableados para la estupidez”.
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