Escepticismo para niños

Escepticismo para niños

autor: Eduardo Robredo Zugasti

Cualquier niño debería tener el derecho a recibir una educación basada en los hechos y en la ciencia, con independencia de cuáles sean las preferencias religiosas de sus padres o de la comunidad donde vive. Cualquier niño debería tener el derecho a conocer el teorema de Pitágoras, las tres leyes de Newton, a comprender que el Sol no es una divinidad, sino una estrella que se encuentra en el centro del sistema solar, y a entender por qué el ser humano y el chimpancé tienen antecesores comunes que vivieron en la tierra hace unos 5 millones de años.
Hurtar deliberadamente a los niños esta clase de conocimientos debería calificarse como un modo de abuso infantil, aunque, por desgracia, la Declaración Universal de los Derechos Humanos no menciona expresamente el derecho de los niños a recibir una educación científica. En cualquier caso, si el artículo 26 de la Declaración garantiza el derecho genérico de los padres “a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”, esto vale tanto para padres religiosos como no religiosos.

Habida cuenta de que la educación religiosa empieza desde la más tierna infancia (es comprensible, dado que los niños jamás se convertirían en creyentes de una religión de forma instintiva por más que sean “teleologistas promiscuos”), desarrollar recursos escépticos orientados a niños parece una buena idea.

Hasta ahora estos recursos son escasos, quizás porque tradicionalmente se ha entendido que el escepticismo y el racionalismo son posiciones relacionadas con la madurez y con estadios avanzados de la educación. Algunas excepciones interesantes son el libro de pensamiento crítico para niños publicado por Richard Dawkins y el ilustrador Dave McKean, un “Diccionario Escéptico para Niños” en internet (De “Abracadabra” a “Zombie”), y el libro Parenting beyond belief de Dale McGowan.

Abracadabra. Es una palabra que a veces se utiliza en trucos mágicos. La gente de todos los tiempos ha creído en el poder mágico de las palabras. Las palabras no pueden curar enfermedades ni hacer que aparezcan bicicletas en el aire, pero algunas palabras pueden hacer que te sientan mejor. Y algunas pueden doler.

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