(Traducido de Bad without god, un artículo de PZ Myers en Pharyngula sobre la campaña atea Good Without Good.)
Cerré mi reciente discurso en el Reason Rally con la sugerencia, algo críptica, de que yo desearía que todos fuéramos malos sin dios. No pude explayarme sobre eso allá (estaba justo al final de mis 15 minutos asignados) pero puedo explicarme aquí. Me he sentido un poco molesto por la habitual campaña “buenos sin dios” y he estado pensando en lo que significa.
A un nivel superficial me resulta correcta su intención. Los ateos tenemos una mala reputación y el público en general cree que somos todos monstruos corruptos y amorales que rechazamos a dios para no tener que rendir cuentas por nuestras salvajes orgías de sexo gay en las que aspiramos droga mientras comemos bebés. Es un estereotipo falso; la mayoría de los ateos son indistinguibles de sus vecinos cristianos y toman muchas de las mismas decisiones éticas que ellos. De manera que una campaña que enfatice que los ateos también somos buenos ciudadanos y seres humanos bien socializados es una buena cosa.
Pero a veces el péndulo oscila demasiado hacia el otro lado. Anunciar que los ateos somos “buenos” es repudiar nuestros objetivos reales, que son subversivos. Apuntamos a cambiar la cultura. Según las definiciones planteadas por la gente a la que queremos llegar con ese slogan, de hecho somos muy pero muy malos. Así que aquí están algunas de mis objeciones y el porqué no puedo decir más que soy “bueno sin dios”.
“Bueno” es una palabra trillada y genérica; lo único peor que esto habría sido declarar que somos amables sin dios. Es una palabra tan vaga y dependiente del contexto que no tiene significado: si le decimos a Rick Santorum que sea bueno, dará un discurso declarando a las mujeres ovarios ambulantes y esclavas de sus maridos; si me dicen a mí que sea bueno, estaré pensando en un fin de semana de cerveza, sexo y herejía. Y sospecho que cada uno de mis lectores tendrá una visión completamente diferente de lo que involucra lo bueno.
“Bueno” implica conformidad total. ¿Alguna vez ha encajado con la definición de ser bueno el desafiar a una figura de autoridad? Cuando los abolicionistas quebrantaban la ley pasando esclavos de contrabando a Canadá, cuando las sufragistas montaban piquetes para demandar el derecho al voto, cuando Stonewall hizo explosión y Martin Luther King marchaba, cuando los estudiantes protestaban contra la guerra en Vietnam, ¿estaban siendo “buenos” según como lo entendía el gran público? No lo creo. Estaban siendo muy, muy malos. Lo cual era bueno. ¿Ven lo que quiero decir? Es una palabra vacía que no ofrece sino una débil seguridad.
Peor aún: apuntamos a las ideas erradas de los cristianos sobre los ateos diciéndoles que somos buenos, pero muchos cristianos entienden por eso algo muy específico: está definido por su religión. Ser bueno implica obedecer las leyes de su fe o prestar oídos a las reglas que su dios utiliza para determinar si uno entra o no al cielo. ¿Obedecemos los diez mandamientos? ¿Creemos en Jesús? Abierta y explícitamente rechazamos las reglas; según su definición, no somos buenos en absoluto. Ven nuestra afirmación de que somos “buenos sin dios” como una contradicción de términos que prueba que somos malos.
Y sin embargo yo aún me veo a mí mismo como “bueno”, porque mi definición de la palabra no implica obediencia ni lealtad ciega ni aceptación; tiene todo que ver con integridad, honestidad, principios, cuestionamiento e independencia. Reemplacemos la palabra “bueno” con cualquiera de ésas: se vuelve más precisa, pero también pierde la cualidad de suave reaseguro que se buscaba.
Y ése es en realidad mi gran problema con la frase: yo no quiero darle un reaseguro a personas con cuyas obscenas falsedades estoy en desacuerdo. Quiero provocar y desafiar, quiero cambiar el statu quo, quiero destruir la pegajosa convencionalidad de la moral y los estándares estrechos de la conducta pública. Quiero que todos nos burlemos y nos riamos de las profesiones públicas de piedad. Quiero cambiar la forma en que piensa la gente, y quiero que la gente rechace la absurda proclama de que nuestra moral se basa en un odioso libro sagrado. Si quieres pasar un fin de semana salvaje de sexo y drogas y rock and roll, en tanto no lastimes a nadie, yo te diré “qué bueno”. Si pasas tu fin de semana escoltando a las mujeres para que puedan entrar sin problemas a una clínica de abortos, si lo pasas haciendo lobby por la separación de la iglesia y el estado en tu legislatura local, si lo pasas molestando a homófobos, eso es bueno.
Nadie nunca cambió el mundo siendo complaciente, obediente, agradable o “bueno”. Los ateos pretendemos cambiar el mundo. Por lo tanto, los ateos deberían ser tan malos como puedan… productiva, agresiva, felizmente malos.
A un nivel superficial me resulta correcta su intención. Los ateos tenemos una mala reputación y el público en general cree que somos todos monstruos corruptos y amorales que rechazamos a dios para no tener que rendir cuentas por nuestras salvajes orgías de sexo gay en las que aspiramos droga mientras comemos bebés. Es un estereotipo falso; la mayoría de los ateos son indistinguibles de sus vecinos cristianos y toman muchas de las mismas decisiones éticas que ellos. De manera que una campaña que enfatice que los ateos también somos buenos ciudadanos y seres humanos bien socializados es una buena cosa.
Pero a veces el péndulo oscila demasiado hacia el otro lado. Anunciar que los ateos somos “buenos” es repudiar nuestros objetivos reales, que son subversivos. Apuntamos a cambiar la cultura. Según las definiciones planteadas por la gente a la que queremos llegar con ese slogan, de hecho somos muy pero muy malos. Así que aquí están algunas de mis objeciones y el porqué no puedo decir más que soy “bueno sin dios”.
“Bueno” es una palabra trillada y genérica; lo único peor que esto habría sido declarar que somos amables sin dios. Es una palabra tan vaga y dependiente del contexto que no tiene significado: si le decimos a Rick Santorum que sea bueno, dará un discurso declarando a las mujeres ovarios ambulantes y esclavas de sus maridos; si me dicen a mí que sea bueno, estaré pensando en un fin de semana de cerveza, sexo y herejía. Y sospecho que cada uno de mis lectores tendrá una visión completamente diferente de lo que involucra lo bueno.
“Bueno” implica conformidad total. ¿Alguna vez ha encajado con la definición de ser bueno el desafiar a una figura de autoridad? Cuando los abolicionistas quebrantaban la ley pasando esclavos de contrabando a Canadá, cuando las sufragistas montaban piquetes para demandar el derecho al voto, cuando Stonewall hizo explosión y Martin Luther King marchaba, cuando los estudiantes protestaban contra la guerra en Vietnam, ¿estaban siendo “buenos” según como lo entendía el gran público? No lo creo. Estaban siendo muy, muy malos. Lo cual era bueno. ¿Ven lo que quiero decir? Es una palabra vacía que no ofrece sino una débil seguridad.
Peor aún: apuntamos a las ideas erradas de los cristianos sobre los ateos diciéndoles que somos buenos, pero muchos cristianos entienden por eso algo muy específico: está definido por su religión. Ser bueno implica obedecer las leyes de su fe o prestar oídos a las reglas que su dios utiliza para determinar si uno entra o no al cielo. ¿Obedecemos los diez mandamientos? ¿Creemos en Jesús? Abierta y explícitamente rechazamos las reglas; según su definición, no somos buenos en absoluto. Ven nuestra afirmación de que somos “buenos sin dios” como una contradicción de términos que prueba que somos malos.
Y sin embargo yo aún me veo a mí mismo como “bueno”, porque mi definición de la palabra no implica obediencia ni lealtad ciega ni aceptación; tiene todo que ver con integridad, honestidad, principios, cuestionamiento e independencia. Reemplacemos la palabra “bueno” con cualquiera de ésas: se vuelve más precisa, pero también pierde la cualidad de suave reaseguro que se buscaba.
Y ése es en realidad mi gran problema con la frase: yo no quiero darle un reaseguro a personas con cuyas obscenas falsedades estoy en desacuerdo. Quiero provocar y desafiar, quiero cambiar el statu quo, quiero destruir la pegajosa convencionalidad de la moral y los estándares estrechos de la conducta pública. Quiero que todos nos burlemos y nos riamos de las profesiones públicas de piedad. Quiero cambiar la forma en que piensa la gente, y quiero que la gente rechace la absurda proclama de que nuestra moral se basa en un odioso libro sagrado. Si quieres pasar un fin de semana salvaje de sexo y drogas y rock and roll, en tanto no lastimes a nadie, yo te diré “qué bueno”. Si pasas tu fin de semana escoltando a las mujeres para que puedan entrar sin problemas a una clínica de abortos, si lo pasas haciendo lobby por la separación de la iglesia y el estado en tu legislatura local, si lo pasas molestando a homófobos, eso es bueno.
Nadie nunca cambió el mundo siendo complaciente, obediente, agradable o “bueno”. Los ateos pretendemos cambiar el mundo. Por lo tanto, los ateos deberían ser tan malos como puedan… productiva, agresiva, felizmente malos.
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