El anciano, que decía ser científico, le llamaba “para avisarle de que había vida después de la muerte y que los muertos utilizaban las palabras para contactar con nosotros”. Segundos después le colgó.
Ian Ramshaw no entendió nada. No todos los días un científico recibe una llamada así en un laboratorio; aunque en medio de una tormenta mediática todo es posible.
Meses antes, Ian Ramshaw y su colega Ron Jackson habían generado un “supervirus” y la publicación de sus resultados en una revista científica fue un todo un bombazo informativo1. Sobre todo tras aparecer en un sensacionalista artículo de Rachel Novak para NewScientist, que había puesto a los dos investigadores en el ojo del huracán.
En Australia, urgía desarrollar un mecanismo que esterilizara a conejos y ratones, culpables de una plaga con grandes repercusiones económicas. Ramshaw y Jackson, ambos investigadores en el campo de la inmunología y las vacunas, decidieron como aproximación al problema generar una vacuna esterilizante.
Su idea se basaba en modificar genéticamente el virus Ectromelia (que causa la “viruela del ratón”) para que produjera una proteína presente en las gónadas de los ratones. Si el sistema inmune reconocía dicha proteína en el contexto de una infección viral, aunque fuera propia, la destruiría. Es una buena forma de generar autoinmunidad. Y si eres autoinmune frente a tus gónadas te vuelves estéril. Una hipótesis más que prometedora.
Ensayaron su estrategia en ratones y funcionó, pero no era totalmente eficiente. Necesitaban que las respuestas inmunológicas fueran más potentes y decidieron añadir el gen de la IL-4, una molécula que potencia las respuestas de anticuerpos.
¿El resultado? Todos los animales murieron. Aunque todavía no entendían por qué sucedía esto, decidieron ver qué pasaba si se vacunaba primero a los animales frente al virus Ectromelia y luego se pinchaban con el nuevo virus. De nuevo, todos los animales murieron. Fue entonces cuando Ramshaw y Jackson se llevaron las manos a la cabeza; no sólo habían generado un virus letal, sino que era la primera evidencia de que un virus se saltaba la barrera de la vacunación2.
Después de los experimentos, de la tormenta mediática y de la extraña llamada, Ian se dio cuenta de su motivo.
Leyendo parte de un correo de trabajo, fijó su mirada en el nombre del virus que habían generado. La abreviación del virus usada en el artículo era (EV)-IL-4. EVIL. Maldad, en inglés. Y se acordó de la llamada, una pesada broma basada en su publicación, cuya repercusión fue tan grande que hasta aparece en el prólogo de la novela “Presa” de Michael Crichton.
Hace poco, me puse en contacto con Ian Ramshaw después de mucho tiempo. Era para escribir un artículo sobre la polémica del nuevo H5N1, la investigación que ni Nature ni Science quieren publicar y que se conocerá históricamente como el virus de Rotterdam.
La controvertida investigación nace en los National Institutes of Health –NIH-, encargado de gran parte de Salud Pública de Estados Unidos, que quería investigar cómo de fácil era que el H5N1; el famoso y letal virus de la gripe aviar, se transmitiera entre humanos. Era una información altamente necesaria para prevenir una catástrofe de dimensiones dramáticas que no sabíamos cuán cerca estaba de ser posible.
Uno de los investigadores encargados de estudiar dicha posibilidad fue Ron Fouchier, investigador del Erasmus Medical Center en Rotterdam, Holanda; un reconocido experto internacional en gripe. Su misión era modificar el virus H5N1 mutando su genoma hasta conseguir que se transmitiera entre hurones, un modelo animal excelente para estudiar la transmisión entre humanos.
Tras trasladar todo el conocimiento sobre la transmisión de gripe en forma de mutaciones en sitios específicos, no consiguió que el virus se transmitiera; aunque el virus obtenido seguía siendo altamente letal.
Decidieron en dicho punto actuar a la inversa. Dejarían al virus evolucionar “forzadamente” en hurones, hasta que demostrara dicha capacidad. El experimento consistió en infectar a un hurón y poner a otro hurón en la jaula de al lado y ver si conseguía transmitirle la enfermedad sin tocarlo. Si no lo conseguía, una vez muerto el hurón, se extraían virus del mismo y se infectaba a otro hurón. Y así sucesivamente. ¿El resultado? No hizo falta hacerlo más de diez veces. El décimo hurón infectado consiguió contagiar mediante aerosoles –un estornudo, una tos, o simplemente al respirar- a su compañero de celda.
Primera duda resuelta, en condiciones forzadas estamos a “diez pases” de infectado a infectado. Pero ahora que se tenía el virus, se podía secuenciar su genoma y saber qué cambios genéticos eran necesarios. ¿El resultado? Tan sólo 5 mutaciones puntuales hacen que el H5N1 pase de ser sólo letal, a letal y altamente transmisible.
El grupo de Ron Fouchier envió la información para publicarse en Science y la revista frenó su publicación y avisó a la NSABB, el panel de control de bioseguridad de los Estados Unidos. La publicación quedó frenada. Meses después las revistas Science y Nature acordaron no publicar ninguna información que pudiera considerarse peligrosa sobre el H5N1. Actualmente, la polémica está servida. ¿Debe dicha información ser publicada, o es demasiado peligrosa para ser pública?
Tanto Ian Ramshaw –actual director de la comisión de bioseguridad australiana- como Juan Ortín – uno de los mejores expertos nacionales en el virus de la gripe- me dijeron que sí, pero que con trabas. Es interesante científicamente saber cómo de cerca estamos, 10 pases, 5 mutaciones; pero saber sus posiciones debería ser información reservada, porque si pueden ser la receta de un arma bioterrorista.
Existen incontables ejemplos de información que podría considerarse peligrosa por su potencial bioterrorista. Los genomas de polio y viruela están disponibles online y ya se ha demostrado que con dicha información se podría reconstruir el virus de la polio3. El caso de gripe es particularmente fácil, en cualquier laboratorio de biología molecular podrían introducirse las mutaciones. En cualquier laboratorio de biología molecular que tuviera acceso a un vial de H5N1, claro. Y medidas de bioseguridad para manipularlo, obvio pero no tan a mano.
Parece evidente que la información biopeligrosa tendría que estar restringida, pero a veces no lo parece tanto.
Los científicos hemos aprendido de accidentes de otros científicos para saber qué se puede y qué no se puede mezclar. Y decir que A+B explota no es únicamente información para hacer un arma. Debe constar en las etiquetas de A y B, para que a nadie le explote en la cara. Pero decir en alto que si juntas A y B puedes matar a alguien también es peligroso. ¿Qué hacemos entonces?
Por poner un ejemplo personal, actualmente trabajo en el desarrollo de vacunas modificando genéticamente el virus Vaccinia. El virus que causa la viruela vacuna y que se utilizó para erradicar la viruela, un homólogo del Ectromelia que utilizó Ramshaw, y nosotros, aunque con distinto fin, también necesitamos potenciar ciertas respuestas inmunológicas.
El otro día, en medio de un brainstorming sobre cómo mejorar uno de los candidatos, un joven investigador planteó en voz alta la posibilidad de añadir la IL-4 a uno de las cepas del virus vaccinia, porque había leído que la IL-4 era la mejor alternativa para su modelo de enfermedad. Diez años después de los experimentos de Jackson y Ramshaw, de su publicación y de la tormenta mediática; diez años sin producirse un mal uso con su información, pudimos decidir que dicha modificación no era en absoluto buena idea.
¿Qué hubiera sido más peligroso, publicar su trabajo o no hacerlo?
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